Galatians 1

PRÓLOGO

Salutación apostólica

1Pablo, apóstol —no de parte de hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo, y por Dios Padre que levantó a Él de entre los muertos—
1. Los habitantes de Galacia, provincia del Asia Menor, fueron ganados al Evangelio por S. Pablo en su segundo y tercer viaje apostólico. Poco después llegaron judíos o judío-cristianos que les enseñaban “otro Evangelio” es decir, un Jesucristo deformado y estéril, exigiendo que se circuncidasen y cumpliesen la Ley mosaica, y pretendiendo que el hombre es capaz de salvarse por sus obras, sin la gracia de Cristo. Además sembraban desconfianza contra el Apóstol, diciendo que él no había sido autorizado por las primeros Apóstoles y que su doctrina no estaba en armonía con la de aquellos. Para combatir la confusión causada por esos doctores judaizantes; S. Pablo escribió esta carta probablemente desde Éfeso, según sude creerse, entre los años 49 y 55 (cf. 2, 1 y nota). Su doctrina principal es: El cristiano se salva por la fe en Jesucristo, y no por la Ley mosaica.
2y todos los hermanos que conmigo están, a las Iglesias de Galacia: 3gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo; 4el cual se entregó por nuestros pecados, para sacarnos de este presente siglo malo
4. Este siglo malo: Es esta una de las orientaciones básicas de la espiritualidad que nos enseña la Escritura en oposición al mundo. Jesús nos la hace recordar continuamente al darnos la afanosa petición del Padrenuestro: “venga tu Reino” (Mt. 6, 10), protesta esta que los cristianos del siglo I parafraseaban diciendo en la Didajé, al rogar por la Iglesia: “reúnela santificada en tu Reino... Pase este mundo. Venga la gracia”. “Este mundo” es pues este siglo malo, con el cual no hemos de estar nunca conformes (Rm. 12, 2), porque en él tiene su reino Satanás (Jn. 14, 30 y nota); en él serán perseguidos los discípulos de Cristo (Jn. 15, 18 y nota) y en él la cizaña estará ahogando el trigo hasta que venga Jesús (Mt. 13, 30) y no encuentre la fe en la tierra (Lc. 18, 8); pues Él no vendrá sin que antes prevalezca la apostasía y se revele el Anticristo (2 Ts. 2, 3 ss.), a quien Jesús destruirá con la manifestación de su Parusía” (ibíd. 8). Nunca podrá, pues, triunfar su Reino mientras no sea quitado el poder de Satanás (Ap. 20, 1 ss.) y Cristo celebre las Bodas con su Iglesia (Ap. 19, 7), libre ya de toda arruga (Ef. 5, 27; Ap. 19, 8), después de la derrota del Anticristo (Ap. 19, 11-20), cuando la cizaña haya sido cortada (Mt. 13, 39-40), los peces malos estén separados de los buenos (Mt. 13, 47 ss.) y sea expulsado del banquete el que no tiene traje nupcial (Mt. 22, 11 ss.). Tal es la dichosa esperanza del cristiano (Tt. 2, 13) sin la cual nada puede satisfacerle ni ilusionarle sobre el triunfo del bien (Ap. 13, 7; 16, 9 y 11). Tal es lo que el Espíritu Santo y la Iglesia novia dicen y anhelan hoy, llamando al Esposo: “El Espíritu y la novia dicen; Ven... Ven Señor Jesús” (Ap. 22, 17 y 20), mientras lo aguardamos con ansia en este siglo malo, llevando, según S. Pedro, las esperanzas proféticas como antorcha que nos alumbra en este “lugar obscuro” (2 Pe. 1, 19). Cf. 1 Tm. 6, 13 y nota.
, según la voluntad de Dios y Padre nuestro,
5a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

I. APOLOGÍA DE SU APOSTOLADO

Autoridad sobrenatural del Evangelio de San Pablo

6Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio. 7Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. 8Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. 9Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto
8. El Evangelio no debe ser acomodado al siglo so pretexto de adaptación. La verdad no es condescendiente sino intransigente. El mismo Señor nos previene contra los falsos Cristos (Mt. 24, 24), los lobos con piel de oveja (Mt. 7, 15, etc.), y también S. Pablo contra los falsos apóstoles de Cristo (2 Co. 11, 13) y los falsos doctores con apariencia de piedad (2 Tm. 3, 1-5). Es de admirar la libertad de espíritu que el Apóstol nos impone al decirnos que ni siquiera un ángel debe movernos de la fe que él enseñó a cada uno con sus palabras inspiradas. Véase 2 Co. 11, 14; 13, 5 y nota. Cf. 2, 4 ss.
del que recibisteis, sea anatema.
10¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si aun tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo
10. Es decir, que la mínima parte de gloria que pretendiésemos para nosotros mismos, bastaría para falsear totalmente nuestro apostolado y convertirnos por tanto en instrumento de Satanás. De ahí la gran preocupación que S. Pablo muestra a este respecto. Cf. Jn. 5, 44 y nota.
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11Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre
11. El orador sagrado, agrega aquí S. Jerónimo, está expuesto cada día al grave peligro de convertir, por una interpretación defectuosa, el Evangelio de Cristo en el evangelio del hombre. Cf. Sal. 11, 2; 16, 4; 1 Co. 15, 1; Tt. 1, 10; 3, 9 y notas.
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12Pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo
12. S. Pablo va a destacar netamente su vocación excepcional y directa de Jesús. Cf. Ef. 3, 3.
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13Habéis ciertamente oído hablar de cómo yo en otro tiempo vivía en el judaísmo, de cómo perseguía sobremanera a la Iglesia de Dios y la devastaba, 14y aventajaba en el judaísmo a muchos coetáneos míos de mi nación, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres.

Especial vocación divina del apóstol de los Gentiles

15Pero cuando plugo al que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia
15 ss. Habla de su predestinación al apostolado y a la predicación del Evangelio (Hch. 13, 2; Rm. 1, 1), para lo cual Dios lo tenía escogido y predestinado personalmente.
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16para revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le predicase entre los gentiles, desde aquel instante no consulté más con carne y sangre; 17ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo; sino que me fui a Arabia, de donde volví otra vez a Damasco
17. A Arabia: Debe entenderse que los tres años mencionados en el versículos siguiente, fueron los que pasó en Arabia, estudiando las Escrituras y recibiendo las instrucciones del mismo Jesucristo.
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18Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas, y estuve con él quince días
18. Para conversar con Cefas: no para instruirse, como observa S. Jerónimo, pues tenía consigo al mismo Autor de la predicación, sino para cambiar ideas con el primero de los Apóstoles. Véase 2, 1 ss.
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19Mas no vi a ningún otro de los apóstoles, fuera de Santiago, el hermano del Señor
19. Este Santiago, o Jacabo, Obispo de Jerusalén, era el Apóstol Santiago el Menor, hijo de Alfeo y María, hermana de la Santísima Virgen. Ya por eso se entiende que “hermano” significa aquí “pariente”.
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20He aquí delante de Dios que no miento en lo que os escribo. 21Luego vine a las regiones de Siria y de Cilicia. 22Mas las Iglesias de Cristo en Judea no me conocían de vista. 23Tan solo oían decir: “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes arrasaba”. 24Y en mí glorificaban a Dios
24. Bien vemos por qué el Apóstol prefería gloriarse en sus miserias (2 Co. 11, 30). De ellas resultaba especial gloria para Dios, pues veían todos que lo sucedido en él no podía ser sino un prodigio de la gracia. Cf. Jn. 17, 10; Rm. 8, 28 y nota.
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